Los resultados de las elecciones presidenciales chilenas del pasado 21 de noviembre dieron la victoria a José Antonio Kast, candidato que se inscribe como parte de una nueva derecha en Latinoamérica.
Después de que el pueblo chileno se alzara en un estallido social durante el 2019 en reclamo a la desigualdad provocada por décadas de gobiernos liberales, todo indicaba que el país se encontraba en un giro que lo alejaría de las políticas de derecha. Sin embargo, con un discurso confrontativo ante un supuesto “avance del comunismo”, Kast consiguió la mayoría de los votos del país.
Gabriel Boric, el candidato de izquierda con quien disputará en el balotaje el 19 de diciembre, está muy lejos de ser comunista, pero la plataforma de Kast está ligada a una estrategia política común en la nueva derecha. Como Bolsonaro en Brasil o Vox en España, que en una falacia de espantapájaros aseguran la amenaza de una izquierda extrema para justificar su posicionamiento hacia el otro extremo.
En la misma sintonía, Javier Milei sorprendió en las elecciones legislativas argentinas, alcanzando el 17,03% y consagrándose como la tercera fuerza en la Capital argentina, mientras que en Perú, el ultraconservador Rafael Lopez Aliaga, alcanzó también el tercer lugar en la primera vuelta electoral con 11,75%.
Construyendo antagonismos de forma aún más extrema que Kast y reivindicando los mismas experiencias políticas, todos parecen ser parte de una nueva demostración de la resiliencia con la que cuenta la derecha para volver a convocar al electorado desencantado y dar continuidad a las políticas liberales en Latinoamérica.
¿Cómo surgió la nueva derecha?
El siglo XXI protagonizó un avance de la izquierda en el escenario latinoamericano. Al chavismo en Venezuela y el kirchnerismo en Argentina, se sumaron Lula da Silva en Brasil, Fernando Lugo en Paraguay, Rafael Correa en Ecuador y Esteban Mujica en Uruguay y Evo Morales en Bolivia.
Si bien en algunos lugares este proceso no se tradujo en victorias electorales, las movilizaciones y el crecimiento de las desigualdades dejaba en claro las contradicciones de las políticas liberales. En la última década, miles de manifestantes salieron a las calles de Perú, Ecuador, Bolivia, Honduras, Chile y finalmente Colombia.
Producto de este descontento, al principio los movimientos de derecha comenzaron a separarse discursivamente de su pasado. Así como Trump en Estados Unidos, Macri en Argentina promovía sus orígenes empresariales como signo de pureza, convocando al electorado apolítico que veía a la política tradicional como algo sucio y corrupto.
Pero ambas experiencias tuvieron corto vuelo y no eran compatibles con candidatos de derecha que si pertenecían a partidos tradicionales. Por eso, las estrategias discursivas de Kast, de Milei y de Vox están más en sintonía con la experiencia de Bolsonaro, que elabora un populismo de derecha extremando posiciones conservadoras, descreyendo de problemáticas como las de género o del cambio climático.
De hecho, el actual candidato chileno se ha proclamado en contra de las políticas de género que permiten el cambio de identidad, alegando que “los padres manejan la identidad de sus hijos“. Mientras que Milei hasta se ha manifestado contra la noción de brecha de género existente en la economía: “Si las mujeres ganaran menos que los hombres, las empresas estarían llenas de ellas”, opinó.
La nueva derecha: ¿a quien le habla?
De esta forma, en su reivindicación a un periodo anterior, las nuevas derechas convocan al electorado que, por su alineación religiosa se ve escandalizado por las nuevas conquistas sociales dirigidas hacia las minorías.
A su vez, con vehemencia beligerante se separan de la derecha más diplomática e interpelan a una juventud desencantada tanto con las contradicciones de los gobernantes de izquierda como también por la lentitud de esta derecha tradicional para generar cambios.
Esta separación de las nuevas derechas con la política tradicional es además clave para continuar relacionando a la corrupción con la clase política, responsabilizándolos enteramente por la creciente desigualdad en la región.
De esta forma, se continúa convocando al electorado que se declara apolítico con una promesa de combatir estos privilegios, distrayendo al mismo tiempo de la discusión a la responsabilidad que también puedan tener las elites empresariales y eclesiásticas en las crisis económicas y sociales.
ADEMÁS EN NEA HOY:
El destino de Sebastián Piñera: ¿cómo sigue el juicio por su destitución?
A dos años del estallido social en Chile: ¿cómo avanzan los reclamos?
