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Viernes 26 de abril de 2024
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El caso del docente suspendido por leer un cuento con “malas palabras” y el rol de los padres: ¿cómo influye la literatura disruptiva en el aula?

En la provincia de San Juan, un docente fue suspendido por leer un cuento de Hernan Casciari que contenía la palabra “culo”. La medida generó rechazo entre autores y docentes del país, que denunciaron una avanzada para prohibir contenidos literarios.

En la provincia de San Juan, un docente fue suspendido por leer un cuento de Hernan Casciari que contenía la palabra “culo”. La medida generó rechazo entre autores y docentes del país, que denunciaron una avanzada para prohibir contenidos literarios.

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En las últimas semanas, la provincia de San Juan estuvo en el foco de la discusión por el caso del docente de teatro Juan Nicolás Esquibel fue suspendido por leer un un cuento que contenía “malas palabras”. El profesor había ideado una dinámica para inculcar en sus alumnos la lectura, y eligió para ello leerles una versión acortada y sin cuento “Canelones”, del autor argentino Hernan Casciari. 

La dinámica fue un éxito: los niños, impresionados con la historia, volvieron a sus casas y buscaron en internet la versión original. El problema fue cuando uno de los padres, extrañado por la nueva afición de su hijo por la lectura, buscó el cuento en cuestión y observó escandalizado que obtenía la palabra “culo, dando inmediatamente la voz de alarma al resto de los padres en el grupo de Whatsapp de que a los niños se les estaba enseñando “malas palabras” en la escuela. 

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En vez de contener la queja de los padres o generar un espacio de diálogo junto al docente para calmar la situación, la directora de la Escuela Normal Superior Sarmiento elevó las quejas al Ministerio de Educación de la provincia, quienes de la misma forma apartaron al docente del cargo.

Intervención del propio Casciari: llamada al docente, a la Directora y a la Ministra de Educación

Al enterarse de esto, el propio Hernan Casciari decidió tomar cartas en el asunto. En su blog Orsai publicó las llamadas telefónicas que mantuvo con el docente, la directora de la escuela y la ministra de educación de la provincia. En una entrevista en Página/12, el autor afirmó que la polémica se debió a que la escuela “no sabe qué hacer con los padres puritanos”.

La polémica no se trató de un hecho aislado, ya que una semana después de que se conociera, se supo que una docente de la provincia de Buenos Aires fue informada por incluir la lectura de “Yo fui un hacker gordo y un poco eunuco” de Gonzalo Santos, y que un grupo de padres en Neuquén intentó prohibir la lectura del libro “Cometierra”, de Dolores Reyes, por las mismas razones: “malas palabras”.

 

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La literatura en la escuela

Laura Abián lleva muchos años trabajando en la Biblioteca Popular de la ciudad de Posadas realizando talleres y espacios de lectura para las infancias. Para ella, “es necesario repensar el rol que se le da a la literatura en el aula”.

Según explica, a la literatura se la utiliza, por un lado, como herramienta para analizar elementos de la sintaxis, separar oraciones, entre otros, y por el otro, para que sirva como ejemplo o sustento de la “educación con valores, y es allí donde se exige que los textos trabajados en el aula tengan siempre moralejas inspiradoras y personajes que respondan con los valores aspiracionales.

 

Para Abián, esto limita a la literatura en su potencial más provechoso. “La literatura es el territorio de la posibilidad y la imaginación absoluta. En los cuentos, en las historietas, vos podés imaginar mundos completamente diferentes al que vivís todos los días”.

Es por esta libertad que contiene el mundo literario que permite ser utilizada en el espacio áulico como disparador para que los niños piensen y se formulen preguntas sobre las cosas que están viendo en su vida cotidiana

Rescatando las palabras de la psicóloga Silvia Bleichemar, Abián opina que la escuela, más que un espacio donde los chicos van a aprender contenido, no debe dejar de ser un lugar de “construcción de subjetividades, un lugar donde construir sujetos que sueñen, y que tengan esta capacidad de interpelar y de mirar la realidad desde otro lugar.

 

Muchos padres, en cambio, pretenden que los contenidos de la escuelas estén destinados a dar certezas más que generarles preguntas a los niños porque ellos mismos muchas veces no tienen las herramientas para lidiar con esas preguntas en la casa. El puritanismo, de esta manera, se vuelve una estructura que limita los contenidos en el aula para facilitar el rol del padre en el hogar

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Esta perspectiva, a su vez, menosprecia la capacidad de los docentes y profesionales de la educación para manejar estos contenidos en el contexto áulico de manera satisfactoria. Según explica Abián, las “malas palabras” usadas en el contexto de un cuento es “una buena oportunidad para que los alumnos puedan reflexionar en torno al lenguaje y en qué contexto podés decir esas palabras”.

Los padres y la educación

Abián acuerda con Casciari cuando dice que en general “la escuela no sabe qué hacer con los padres puritanos”. Para ella, éste es el resultado de una crisis que se viene dando desde hace varios años en el sistema educativo.

La escuela está atravesada por toda la crisis social”, explica. “Si tenés docentes con salarios miserables, estas tensiones entre lo que establece la currícula y su libertad para elegir los contenidos para dar en su hora y además la representación de lo que los padres piensan que la escuela tiene que hacer con sus hijos. Todo eso está tensionando y hace que la escuela sea un espacio de conflicto”.

La educación como mercancía

Abián también explica que los reclamos de los padres muchas veces se enmarcan dentro de un paradigma más mercantil, donde en vez de mirar a la escuela como un garante del derecho a la educación de los niños, se la mira como la proveedora de un servicio.

El neoliberalismo ha sido muy eficiente en este sentido”, explica, “esa idea de empresa que estuvo muy en boga en la que el padre también es un cliente, que tiene ciertas expectativas y que va a buscar un servicio a la escuela, y en realidad demanda desde ese lugar”.

Para Abián, es necesario encontrar la forma de procesar los desacuerdos de una forma en que promueva la participación de los padres como actores activos en la educación de sus hijos, rompiendo el esquema en el que se ven a sí mismos como clientes insatisfechos por un servicio.

 

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